
Gaza 5 de enero de 1996, 9:0 de la mañana. En una casa segura en Beit Laya, un hombre joven de apariencia tranquila y estudiosa sostiene un teléfono celular Motorola alfa de color gris. Es un objeto de lujo en la franja de Gaza de los 90, un símbolo de estatus y supuestamente una herramienta de seguridad.
El hombre es Yahya Ayash, pero en las calles de Palestina y en las oficinas de inteligencia de Telaviv nadie lo llama por su nombre. Lo llaman el ingeniero. Es el hombre más buscado de Oriente Medio. El fantasma que ha enseñado a jamás a fabricar bombas humanas indetectables. El arquitecto de la muerte de casi 100 israelíes. Ayh, sonríe.
Es su padre quien llama. no ha hablado con él en semanas debido a la persecución implacable del Shinbet, el servicio de seguridad interna de Israel. Se lleva el teléfono a la oreja derecha. ¿Cómo estás, padre? Pregunta. A kilómetros de altura, un avión de vigilancia israelí capta señal. En una sala de control en Telif, una computadora analiza la voz.
Las ondas coinciden. Es él. Un oficial del Shin Betiona un botón. No hay misil. No hay un equipo de asalto derribando la puerta. La muerte está en su mano. Dentro del teléfono, ocultos en la batería, hay 50 g de RDX, un explosivo militar de alta potencia. Pero no es una explosión cualquiera. Los ingenieros israelíes han diseñado la carga con una forma cóncava, perfecta, para dirigir toda la fuerza de la explosión hacia un solo punto, el cráneo del usuario.
En una fracción de segundo, la cabeza del ingeniero desaparece en una nube roja. Su mano, todavía sosteniendo la parte inferior del teléfono intacta, cae al suelo. El hombre que llenó de bombas los autobuses de Telaviv acaba de ser asesinado por la única cosa en la que confiaba para mantenerse conectado con el mundo. ¿Cómo lograron los israelíes meter una bomba en el bolsillo del terrorista más paranoico del mundo? ¿Quién lo traicionó? Y lo más inquietante, cómo cambió este asesinato las reglas del juego del espionaje para siempre.
Bienvenidos a la sombra de la historia. Hoy dejamos los campos de batalla abiertos para entrar en el mundo claustrofóbico de la inteligencia, la traición y la tecnología letal. En este documental de larga duración vamos a diseccionar la operación ingeniero. Conoceremos la mente de Yahya Ajash, un estudiante de ingeniería eléctrica brillante que convirtió su talento académico en una pesadilla para Israel.
Descubriremos cómo fabrico, el TATP, la madre de Satán, usando ingredientes que se podían comprar en cualquier farmacia de Gaza. Y cómo burló a uno de los ejércitos más poderosos del mundo, disfrazándose de mujer, de rabino o de colono judío. Entraremos en las sombras del Shinbet. Veremos la desesperación de los agentes israelíes tras años de fracasos.
Autobuses explotando y presión política. Analizaremos cómo reclutaron a Kamil Hamad, el tío del mejor amigo de Ayash, un colaborador que vendió a su sobrino, no por ideología, sino por dinero y un pasaporte falso. Desmontaremos técnicamente el Motorola Alfa. Explicaremos cómo los técnicos del Mossad lograron sustituir los componentes internos del teléfono sin alterar su peso ni su funcionamiento, creando una obra maestra de la ingeniería letal que pasó todas las revisiones de seguridad del propio Ay.
Y finalmente veremos las consecuencias sangrientas, porque matar al ingeniero no detuvo el terror, lo desató. Hablaremos de la ola de atentados suicidas de venganza que sacudió a Israel en los meses siguientes y cómo la muerte de Ayash lo convirtió en un mártir mítico cuya leyenda sigue viva hoy.
Esta es la historia de cómo una llamada telefónica cambió la historia de Oriente Medio. Para interceptar la señal necesitamos estar atentos. Si te apasionan las operaciones encubiertas y la historia del espionaje real, suscríbete al canal ahora mismo y activa la campana. Ayúdanos a decodificar la historia. Dale un me gusta, like a este vídeo y dinos comentarios, ¿crees que el asesinato selectivo es una herramienta legítima o crea más terroristas de los que elimina? Apaguen sus celulares.
La operación comienza ahora. Sis Jordania, 1992. En un garaje anónimo y mal ventilado cerca de Nablus, un joven de 26 años trabaja con la concentración de un relojero y la delicadeza de un cirujano. No lleva uniforme militar, ni siquiera una cufilla cubriendo su rostro. Viste una camisa de botones y pantalones de tela.
Sobre la mesa no hay armas de fuego. Hay vasos de precipitados, termómetros y botellas de líquidos comunes que se pueden comprar en cualquier ferretería o farmacia. Acetona, quitaesmalte de uñas, hiperóxido de hidrógeno, agua oxigenada para desinfectar heridas. El hombre es yya. A simple vista, Ayash es el yerno perfecto.
Nacido en el pueblo de Rafat en 1966, fue un niño prodigio, religioso, tranquilo. Memorizó el Corán a una edad temprana y se graduó en ingeniería eléctrica en la prestigiosa Universidadde Birsate. Sus profesores lo recordaban como un estudiante brillante pero introvertido, alguien que prefería los libros a la política. Pero Israel no sabía que ese estudiante modelo estaba a punto de resolver el mayor problema logístico de jamás.
Hasta ese momento, las facciones palestinas dependían de explosivos militares robados TNT, C4 o de minas viejas. Eran materiales difíciles de conseguir, fáciles de rastrear y peligrosos de transportar. El Shinbed, la agencia de seguridad interna de Israel, tenía controladas las fuentes de explosivos militares. Ay cambió el paradigma.
Él no buscó explosivos, los cocinó. Usando sus conocimientos de química básica, perfeccionó la síntesis del TATP, triperóxido de triacetona. En los círculos de inteligencia y desactivación de bombas, el TATP tiene un nombre mucho más oscuro y poético. La madre de Satán. Se llama así por una razón terrorífica. Es increíblemente inestable.
A diferencia del TNT, que necesita un detonador fuerte para explotar y es seguro de manejar. El TATP es un cristal blanco que parece azúcar o sal. Pero si se calienta un poco, si se frota o incluso si se cae al suelo desde poca altura, explota con una violencia devastadora. Muchos fabricantes de bombas novatos han volado en pedazos, literalmente desapareciendo en una niebla roja, solo por mezclar los ingredientes demasiado rápido.
Ayash, sin embargo, tenía el toque. Sabía cómo estabilizar la mezcla lo suficiente para transportarla, pero manteniéndola lo suficientemente letal para detonar a voluntad. Y lo peor para Israel, el TATP no contiene nitrógeno. Los escáneres de seguridad de los años 90 y los perros adiestrados buscaban explosivos basados en nitratos.
La madre de Satán era invisible. En abril de 1994, Ayash presentó su tesis de graduación al mundo. Un coche bomba explotó en la ciudad de Afula, cerca de una parada de autobús. Ocho israelíes murieron. El Shinbet analizó los restos y se quedó helado. No había rastro de explosivos militares. Era una bomba casera, pero con una potencia industrial.
Ayash no se detuvo. Ahí se dio cuenta de que los coches bomba a menudo fallaban o eran detenidos en los puestos de control. Necesitaba un sistema de entrega inteligente, un sistema de entrega que pudiera caminar, sonreír, mezclarse entre la multitud y decidir el momento exacto de la detonación. El terrorista suicida. Ya. Aash no se suicidaba.
Él era el arquitecto, reclutaba a jóvenes fanáticos, les colocaba chalecos diseñados por él mismo y los enviaba a los centros urbanos de Israel. El 19 de octubre de 1994, la pesadilla se hizo realidad en el corazón de Tel Aviv. Un terrorista suicida de jamás, llevando una bomba diseñada por Ay, subió al autobús de la línea cinco en la calle Disengov.
Era la hora punta. El autobús estaba lleno de trabajadores, estudiantes y ancianos. A las 9:0 am el terrorista detonó la carga. La explosión fue tan potente que arrancó el techo del autobús y lo lanzó por los aires. Los escaparates de las tiendas a cientos de metros reventaron. 22 personas murieron y 50 resultaron heridas.
La escena en la calle Disengov fue traumática para la psique nacional israelí. No eran soldados en una frontera, eran civiles yendo a trabajar. El nombre de Yahya Yash empezó a susurrarse con miedo y odio en cada hogar judío. El primer ministro Yits Rabin, un viejo general que había luchado en todas las guerras de Israel, golpeó la mesa de su despacho y dio una orden directa al jefe del Shinbet, Carmy Guillón.
Tráeme al ingeniero o tráeme su cabeza, pero quiero que esto termine. Comenzó la cacería humana más grande en la historia de Israel. Miles de informantes palestinos fueron activados en Sis Jordania. Unidades de élite del ejército Sayeret Matcal. Peinaron pueblos enteros, drones, escuchas telefónicas, satélites. Todo el aparato de defensa de una potencia nuclear se centró en encontrar a un solo hombre.
Pero Ayash era un fantasma. Su capacidad para evadir la captura se convirtió en leyenda. No era solo suerte, era disciplina. Nunca dormía dos noches seguidas en la misma casa. Nunca usaba teléfonos fijos. sabiendo que estaban intervenidos, era un maestro del disfraz. Hay informes de inteligencia que indican que Ayash cruzaba los puestos de control militares israelíes, disfrazado de colono judío ortodoxo con quipá y libros de oraciones bajo el brazo.
Los soldados jóvenes, viendo a un hombre religioso, le hacían señas para que pasara sin revisarlo, sin saber que el hombre que saludaban llevaba la muerte en su mochila. En otra ocasión se dice que se vistió de mujer musulmana tradicional cubierto de pies a cabeza con un velo cargando una cesta de verduras bajo la cual ocultaba componentes electrónicos.
Cada vez que el shinbet creía tenerlo acorralado en una casa, asaltaban el lugar solo para encontrar un café todavía caliente y una cama vacía. Ayash siempre estaba un paso pordelante. Se convirtió en un héroe popular en Gaza y Ciscordania. Los graffitis en las paredes de los campos de refugiados lo llamaban el halcón.
Los niños jugaban a ser Ayh. Para jamás era su activo más valioso, un símbolo de que la inteligencia israelí no era invencible. Pero la presión en Sis Jordania se volvió insoportable. Ayash sabía que su suerte se estaba acabando, necesitaba moverse. A finales de 1994, realizó su truco de magia más audaz. escondido en un camión de verduras o según otras fuentes disfrazado de sacerdote, logró cruzar las líneas israelíes y entrar en la franja de Gaza.
Gaza en los años 90 era un laberinto de callejones superpoblados, pobreza y extremismo. Era el santuario perfecto. Allí, bajo la protección del ala militar de Jamás, Ayash se sintió seguro. se casó, tuvo un hijo y empezó a entrenar a una nueva generación de ingenieros en el arte de la madre de Satán.
Desde la seguridad de Gaza siguió orquestando ataques. Las bombas seguían explotando en Jerusalén y Tela Aviv. El Shimbet estaba humillado. Carmy Gilon, el jefe de la agencia, estaba bajo una presión política asfixiante. Los ciudadanos israelíes tenían miedo de subir a los autobuses. Los restaurantes estaban vacíos.
El Shimbet entendió que no podían capturar a Ayitar convencional. Entrar en el corazón de Gaza para arrestarlo costaría docenas de vidas de soldados y podría desencadenar una guerra. Tenían que matarlo a distancia, tenían que ser creativos, necesitaban llegar a él sin estar allí físicamente y descubrieron su única debilidad. Ayash era un hombre de familia.
Adoraba a su padre y a su madre que seguían en Cisordania. A pesar de su disciplina férrea, tenía una necesidad emocional que no podía reprimir. Necesitaba escuchar sus voces. Como no podía usar líneas fijas, dependía de la nueva tecnología que empezaba a proliferar en la región, los teléfonos celulares. El shinbet sonrió.
Habían encontrado la grieta en la armadura. Ahora solo necesitaban a alguien dentro del círculo íntimo de Ayh que pudiera entregarle el regalo de Troya. El ingeniero creía que la tecnología lo mantenía seguro y conectado. No sabía que los hombres que lo cazaban estaban a punto de convertir su herramienta más preciada en su verdugo.
A finales de 1995, el Shinbet estaba desesperado. Yahya Ayash seguía vivo en Gaza, protegido por la población y por el aparato de seguridad de jamás. Una incursión militar estaba descartada. La única opción era una operación de muerte limpia desde dentro. Si no puedes llegar al objetivo, tienes que hacer que el objetivo venga a ti.
O mejor aún, hacer que el objetivo lleve su propia muerte en el bolsillo. Los analistas de inteligencia israelíes mapearon el círculo social de Ayash en Gaza. Descubrieron que el ingeniero estaba viviendo en la casa de un amigo de la infancia y compañero de Jamás, Osama Hamad. Osama era leal a la causa. Nunca traicionaría a Ay, pero Osama tenía un tío. Su nombre era Kamal Hamad.
Camal no era un fanático religioso, era un empresario de la construcción, un hombre de mundo pragmático y, sobre todo codicioso. Tenía negocios que dependían de permisos para importar materiales desde Israel. Le gustaba el dinero y le gustaba el poder. Era el eslabón débil perfecto. El Shinbet se acercó a Camal. La oferta fue la clásica mezcla de zanahoria y palo de la inteligencia.
Dinero en efectivo. Se habla de un millón de dólares. Un pasaporte falso. Visados para Estados Unidos para él y su familia y la amenaza implícita de destruir sus negocios si se negaba. Camal aceptó. se convirtió en el agente Caballo de Troya. Pero Camal no podía simplemente acercarse a Ayh y pegarle un tiro.
Ajash nunca estaba solo y siempre estaba armado. El plan tenía que ser más sutil. La inteligencia israelí sabía, gracias a las escuchas ambientales y a la información de Camal, que Ayash tenía un problema doméstico frustrante. La cobertura de telefonía celular en su escondite de Bait Lagia era terrible. A menudo tenía que subir al tejado o salir a la calle para hablar con su padre, exponiéndose a ser visto.
El Shinbet vio la oportunidad. Le dieron a Camal una misión simple. Dale este teléfono a tu sobrino Osama. Dile que es un modelo nuevo americano con una antena especial que capta señal incluso en sótanos. El dispositivo elegido fue un Motorola Alfa Microtac, el teléfono más avanzado y deseado de la época.
Era gris con una tapa plegable, flip phone y una antena extensible negra. Pero antes de llegar a manos de Camal, ese teléfono pasó por el laboratorio técnico más secreto de Israel. Lo que hicieron los ingenieros del Shinbet y del Mossad fue una obra maestra de miniaturización letal. En 1995 los teléfonos eran grandes y pesados, pero el espacio interior estaba repleto de componentes.
No había hueco para una bomba. Los técnicos desmontaron el Motorola pieza por pieza, se centraronen la batería, vaciaron cuidadosamente la mitad de las celdas de energía de la batería original. En el espacio liberado insertaron 50 g de RDX ciclotrimetilent trinitramina. El RDX es un explosivo militar blanco, plástico y maleable.
Es mucho más estable que el TATP de Aash y tiene una velocidad de detonación brutal, 8,750 m por segundo. El desafío era el peso. Si el teléfono pesaba demasiado o demasiado poco, Aash, que era ingeniero y paranoico, sospecharía. Los técnicos equilibraron el peso gramo a gramo, añadiendo o quitando materiales hasta que el teléfono trucado pesaba exactamente lo mismo que uno de fábrica.
Pero la parte más ingeniosa no era el explosivo, sino el detonador. No podían usar un temporizador, no podían usar un sensor de movimiento, necesitaban control total, tenían que asegurarse de que a Yash, y solo a Yash tuviera el teléfono en la oreja. Instalaron un detonador electrónico microscópico conectado al circuito de recepción del teléfono.
El dispositivo tenía dos funciones ocultas, micrófono espía. Incluso cuando el teléfono estaba apagado, el shinbet podía activarlo remotamente para escuchar lo que sucedía en la habitación. Gatillo remoto. El teléfono estaba programado para detonar solo al recibir una señal de radio específica en una frecuencia encriptada enviada desde un avión o un puesto de mando cercano.
El teléfono era una trampa perfecta. Funcionaba para hacer llamadas. La pantalla se iluminaba. La batería cargaba, aunque duraba la mitad de tiempo. Un detalle que Camal explicó diciendo que estos teléfonos potentes consumen mucho. A finales de diciembre de 1995, Kamal Hamad visitó a su sobrino Osama. “Mira lo que he conseguido, sobrino”, le dijo sacando el Motorola gris. Úsalo.
La cobertura es increíble. Y cuando tu amigo Aijash necesite llamar a su familia, préstaselo. Es más seguro que los teléfonos viejos que usáis. El pez mordió el anzuelo. Osama Hamad estaba encantado con el regalo y Yayash, el hombre que fabricaba bombas invisibles, examinó el teléfono, lo encendió, hizo una llamada de prueba.
Todo parecía normal. Su mente de ingeniero no detectó ninguna anomalía externa. La carcasa no tenía tornillos movidos, el peso era correcto. Ay empezó a usar el teléfono regularmente. Durante días, el Shinbet escuchó. Escucharon las conversaciones banales de Osama. Escucharon a Ayh dando órdenes a sus subordinados, pero no detonaron.
Necesitaban confirmación visual o de voz absoluta. No podían arriesgarse a matar a Osama un transeunte. La orden del primer ministro Shimon Pérez, que había asumido el cargo tras el asesinato de Ravin en noviembre de 1995, era clara. Confirmación al 100%. Hubo un intento fallido. Un día, el Shinbet detectó que Ayash estaba usando el teléfono.
El avión de vigilancia envió la señal de detonación, pero algo falló. un cable suelto dentro del microcircuito o quizás una interferencia atmosférica. El teléfono no explotó. Ayh siguió hablando, ignorante de que acababa de sobrevivir a un intento de asesinato por pura suerte técnica. Los ingenieros en Telvivaban frío.
Si Ayash abría el teléfono para ver por qué fallaba algo, descubriría el RDX. La operación se quemaría. Pero la suerte de Ay se acabó el 5 de enero de 1996. Esa mañana el padre de Ay llamó al teléfono fijo de Camal Hamad, el tío. Camal, siguiendo el guion le dijo, “Llámalo al móvil nuevo ahora. Está esperando tu llamada.” Camal colgó y alertó inmediatamente a sus controladores del Shinbet.
El padre va a llamar ahora Ay va a [ __ ] el teléfono. En el cielo de Gaza, un avión Bachcraft de inteligencia electrónica de la Fuerza Aérea Israelí estaba orbitando en silencio. Dentro los operadores con auriculares escuchaban el espectro de frecuencias. En la casa de Beit Lagia, el Motorola Alfa sonó.
Osama Hamad se lo pasó a Aiyash. Es tu padre. Ayash tomó el teléfono, salió de la habitación principal para tener privacidad, alejándose de la esposa y el hijo de Osama. Se quedó solo en un pasillo. Se llevó el auricular a la oreja. El bloque de RDX oculto en la batería quedó posicionado exactamente sobre su lóbulo temporal derecho, la parte más delgada del cráneo, a milímetros de su cerebro. Aló, padre.
En el avión la voz fue confirmada. El operador miró a su comandante. El comandante asintió. El dedo presionó el botón. Una señal codificada viajó a la velocidad de la luz desde el avión hasta la antena del Motorola. El circuito detonador recibió el comando. Una pequeña chispa eléctrica saltó dentro de la batería. El RDX hizo su trabajo.
La explosión no fue grande, no derribó la casa, no rompió todas las ventanas, fue una explosión quirúrgica, contenida, cruelmente eficiente. La onda expansiva decapitó a Yahya Ayash instantáneamente, destrozando su cabeza y su cuello, pero dejando su cuerpo desde los hombros hacia abajo casi intacto. Sama Hamad en la habitación contiguaescuchó un pop sordo y luego el sonido de un cuerpo cayendo.
Corrió al pasillo, encontró a su amigo en el suelo. Había sangre por todas partes. El teléfono había desaparecido, desintegrado en fragmentos de plástico y metal incrustados en la pared y en el cuerpo del ingeniero. El teléfono seguía conectado a la red por una fracción de segundo antes de morir.
Al otro lado de la línea, el padre de Ayash escuchó un ruido estático repentino y luego, silencio. El ingeniero estaba muerto, pero la onda expansiva de ese pequeño teléfono gris estaba a punto de sacudir a todo Israel con una fuerza que nadie, ni siquiera el shinbet, había calculado. Habían cortado la cabeza de la serpiente, pero al hacerlo, convirtieron al hombre en un mito.
Y los discípulos de Ayash ya estaban preparando una venganza que teñiría de rojo las calles de Jerusalén. El cuerpo de Yaya Ayash yacía en el suelo de Bait Layia con el teléfono aún humeando cerca de su mano inerte. Pero la noticia de su muerte viajó más rápido que la onda expansiva. En cuestión de horas, la franja de Gaza entró en erupción.
No fue una celebración, fue un duelo de proporciones bíblicas. El funeral de El ingeniero fue hasta ese momento el más grande en la historia palestina. Se estima que 100,000 personas inundaron las calles. Hombres armados disparaban al aire. Mujeres lloraban desde los balcones. Y en medio de la multitud, envuelto en una bandera verde, el cuerpo de Ayash no era tratado como el de un terrorista caído, sino como el de un santo mártir.
Pero lo más peligroso no eran los gritos de la multitud, lo más peligroso eran los susurros en las reuniones secretas de los lugarenientes de Ay. El Shinbet había cometido un error de cálculo fundamental. Creyeron que matando al ingeniero cortaban la capacidad técnica de jamás. Olvidaron que Ayash era un profesor. Había pasado sus últimos meses en Gaza enseñando a una nueva generación de fabricantes de bombas.
Sus estudiantes ya sabían cómo cocinar la madre de Satán y ahora tenían algo que Ayash nunca tuvo. Sed de venganza pura. Los nuevos líderes operativos, hombres como Mohamed Dave, quien años después se convertiría en el fantasma número uno de Israel, y Hassan Salame declararon la venganza santa. 40 días después de la muerte de Aash, cuando termina el periodo de luto tradicional islámico, el infierno se desató sobre Israel.
Febrero y marzo de 1996 se recuerdan en Israel como los días de terror. El 25 de febrero, un terrorista suicida subió al autobús no 18 en Jerusalén, cerca de la estación central. Llevaba una bolsa de viaje cargada con explosivos mezclados con clavos y rodamientos idénticos a los diseños de Ay.
A las 6:45 de la mañana detonó la carga. El autobús quedó destrozado. Murieron 26 personas. Ese mismo día, casi a la misma hora, otro suicida se inmoló en un cruce de soldados en Ashkelón, pero la pesadilla no había terminado. Una semana después, el 3 de marzo, otro terrorista suicida subió a otro autobús no 18 en Jerusalén, casi en el mismo lugar que el anterior.
La seguridad israelí estaba en alerta máxima, pero el atacante logró pasar. 19 personas murieron. El golpe final llegó el 4 de marzo en la víspera de la fiesta judía de Purim. Un terrorista suicida caminaba por el paso de peatones frente al desenov center, el centro comercial más grande de Tel Aviv.
Estaba lleno de familias y niños disfrazados para la fiesta. El terrorista detonó una bomba de clavos de 20 kg. La escena fue dantesca. 13 personas murieron, entre ellas niños. Los cuerpos quedaron esparcidos por el asfalto, mezclados con disfraces de carnaval y confeti sangriento. En total, en apenas 8 días, los discípulos de Ayash mataron a 60 israelíes e hirieron a cientos.
fue la campaña de atentados más letal en la historia del país. El efecto psicológico fue devastador. La sensación de seguridad que el asesinato de Aybía traer se evaporó. Los israelíes tenían miedo de salir de casa, miedo de subir al autobús, miedo de ir al centro comercial y esto tuvo una consecuencia política inmediata que cambió la historia.
En ese momento, Israel estaba gobernado por el partido laborista de Shimón Pérez, el arquitecto de los acuerdos de paz de Oslo. Pérez había autorizado el asesinato de Aash esperando mostrar fuerza, pero la ola de venganza hizo que el público israelí perdiera la fe en el proceso de paz. En las elecciones de mayo de 1996, un joven líder del partido derechista Lee Cood, que prometía seguridad y paz en ese orden, subió en las encuestas impulsado por el miedo de los autobuses explotando.
Su nombre era Benjamin Netanyahu. Netanyahu ganó las elecciones por un margen minúsculo, menos del 1%. Los historiadores coinciden. Si el Shin Bet no hubiera matado a A Yash en enero, es muy probable que no hubiera habido ola de atentados en febrero y Pérez habría ganado las elecciones. La llamada de la muerte no solo mató a unterrorista, mató el impulso del proceso de paz de los 90 y trajo al poder a la derecha israelí por décadas.
Fue una victoria táctica brillante, pero un desastre estratégico absoluto. ¿Y qué pasó con el hombre que hizo posible todo esto? ¿Qué fue de Camal Hamad, el tío traidor? Camal sabía que su vida en Gaza había terminado en el momento en que el teléfono explotó. Jamás inició una investigación interna brutal. Interrogaron a todos los que habían estado cerca de Aiyash.
Osama Hamad, el sobrino que le prestó el teléfono, fue arrestado. Bajo interrogatorio confesó entre lágrimas, “Fue el tío Camal. Él me dio el teléfono.” Pero para entonces Camal ya no estaba. Horas después de la explosión, mientras el humo aún salía de la cabeza de Ayash, una furgoneta blanca con matrículas israelíes recogió a Kamal Hamad y a su familia nuclear en un punto de encuentro secreto cerca de la frontera de Heres.
El Mossad cumplió su parte del trato, al menos parcialmente. Le entregaron el dinero prometido. Se rumorea que fue un millón de dólares en efectivo. Le dieron pasaportes nuevos. y lo sacaron de Oriente Medio. La leyenda dice que la CIA ayudó en la extracción final, llevándolo a Estados Unidos bajo el programa de protección de testigos.
Se dice que Camal Hamad se sometió a cirugía plástica para cambiarse la cara, que vive en algún suburbio anónimo de California o Texas regentando un negocio aburrido, mirando siempre por encima del hombro. Pero la realidad filtrada es más oscura. Según fuentes de inteligencia, la vida de Camal en el exilio fue miserable. El dinero se acabó rápido.
Su esposa, consumida por la culpa y el aislamiento, no podían hablar con nadie de su pasado, ni contactar a su familia en Gaza. Cayó en la depresión. Kamal Hamad se convirtió en un hombre sin patria. Para los palestinos su nombre es sinónimo de la traición más sucia, vender la sangre de la familia por dólares.
En Gaza, hacer un camal se convirtió en una expresión para describir la colaboración con el enemigo. Para los israelíes era un activo quemado, una herramienta desechable que ya no servía. Una vez extraído, el Mossad se lavó las manos. Jamás intentó cazarlo durante años, pero nunca lo encontraron. Su castigo no fue una bala, sino el olvido y el miedo perpetuo.
Saber que cada vez que suena su propio teléfono podría ser el pasado llamando para cobrar la deuda. El asesinato de Yaya Ayh estableció un precedente peligroso. Abrió la era de los asesinatos. Electivos Targeted Killings, usando alta tecnología. Después del teléfono celular vinieron los misiles lanzados desde drones sobre coches en movimiento.
Vinieron las bombas en reposacabezas de asientos. Vinieron los venenos indetectables. Israel perfeccionó el arte de matar a distancia, argumentando que era una defensa necesaria contra bombas humanas imposibles de detener de otra forma. Pero cada asesinato traía nuevos nombres a la lista.
Ay fue reemplazado por Dave, Dave por otros. La rueda de sangre siguió girando, alimentada por la tecnología y el odio. Ay murió, pero su legado técnico sobrevivió. La madre de Satán se convirtió en el explosivo estándar del terrorismo global usado no solo en Israel, sino en los atentados de Londres 2005, París 2015 y Bruselas 2016. El ingeniero enseñó al mundo cómo matar con química de cocina y esa lección no se pudo desaprender volándole la cabeza.
La operación fue un éxito perfecto. El paciente murió. Pero la infección se extendió por todo el cuerpo político de la región y en algún lugar de América, un hombre con una cara nueva mira un teléfono celular y se pregunta si vale la pena contestar. El asesinato de Yakya Aash en 1996 no fue el final de la guerra, fue el comienzo de una nueva era.
Fue el momento cero de la guerra tecnológica moderna. Antes de ese Motorola gris, los asesinatos se cometían con pistolas, venenos o coches bomba rudimentarios. Ayh fue la primera víctima de la ciberguerra cinética. Israel demostró al mundo que cualquier dispositivo conectado a una red podía transformarse en un arma.
Hoy la lección de Ayash resuena en cada conflicto del planeta. En los años siguientes, los líderes de Jamás y Jesbolá aprendieron la lección con sangre. La tecnología es una trampa. Dejaron de usar teléfonos. Volvieron a los mensajeros humanos, a las notas de papel y a las redes de fibra óptica privadas y subterráneas para evitar la vigilancia israelí.
Pero Israel también evolucionó. Si el enemigo dejaba de usar teléfonos, Israel usaría la tecnología para encontrarlos de otras formas. El legado de la operación ingeniero es la doctrina actual de los asesinatos quirúrgicos. Ya no hace falta meter 50 g de RDX en una batería. Ahora, un algoritmo detecta una tarjeta SIM sospechosa, cruza la voz con una base de datos biométrica y envía un dron armado con un misil Hellfire o un spike que puede entrar por la ventana de un cocheen movimiento.
La muerte de Aash también cambió la filosofía de la seguridad israelí. adoptaron la estrategia de cortar el césped the grass, la idea cínica de que no se puede derrotar al terrorismo definitivamente, pero se puede podar a sus líderes periódicamente para degradar sus capacidades. Matas al ingeniero hoy, sabiendo que mañana saldrá otro, pero ganas tiempo.
Sin embargo, el fantasma de Yahya Ayash sigue presente en la franja de Gaza de una forma muy tangible. El ala militar de Jamás lleva el nombre de brigadas IS Adin Alcassam, pero su unidad de cohetes más temida, la que desarrolló los proyectiles que alcanzan Tel Aviv hoy en día, se llama Cohetes Aash. El cohete Ayh 250, presentado en 2021, es un homenaje directo al hombre que les enseñó que la ingeniería es más poderosa que la infantería.
Ayash se convirtió en el arquetipo. El ingeniero ya no es una persona, es un cargo. Cada vez que Israel mata a un jefe de bombas de amás, el comunicado oficial palestino dice, “Ha caído otro ingeniero, pero la escuela sigue abierta. Y para el resto de nosotros, los civiles que no fabricamos bombas, la muerte de Ayash tiene un significado escalofriante.
Ese viernes de 1996 el mundo cambió. Fue el momento en que nos dimos cuenta de que llevamos un dispositivo de rastreo en el bolsillo las 24 horas del día. Ayash murió porque necesitaba conectarse con su padre. Su humanidad fue su perdición. Hoy todos somos rastreables. El software Pegasus, desarrollado por empresas israelíes veteranas de la inteligencia, herederas directas de los técnicos que manipularon el Motorola de Ay, puede infectar un teléfono sin que el usuario haga clic en nada.
Puede encender el micrófono y la cámara, leer los mensajes encriptados y convertir tu vida privada en un libro abierto. Ya no hace falta que el teléfono explote físicamente para destruir a una persona. Basta con que explote su privacidad. En la tumba de Yahya hay Yash. En el cementerio de Alhojhada siempre hay flores frescas.
Para sus seguidores es el chegue vara palestino. Para sus víctimas y los servicios de inteligencia occidentales es el hombre que abrió la caja de Pandora del terrorismo urbano moderno. La ironía final es perfecta y terrible. Yahya Aash, el hombre que vivió en las sombras, murió por la luz de una pantalla LCD y la llamada que lo mató nunca terminó realmente.
El eco de esa explosión sigue sonando cada vez que un dron zumba sobre Oriente Medio o cada vez que un hacker activa una cámara remota. La guerra ya no es solo en el campo de batalla, la guerra está en la red. Y todo empezó con un simple aló, padre. En el mundo del espionaje no hay jubilación ni finales felices, solo hay señales interceptadas y silencios repentinos.
Gracias por interceptar esta transmisión. Si quieres entender cómo la tecnología y la muerte se entrelazan en la historia real, suscríbete a la sombra de la historia. Comparte este vídeo antes de que se pierda la señal. Hasta la próxima operación.















